-¿Is this Leidseplein Hostel?, pregunté al recepcionista de lo que parecía el sitio que había escogido para hospedarme en la capital holandesa.
-I think so!, respondió aquel desaliñado hombre con apariencia de paquistaní, a quien la marihuana que se respira en el ambiente de cualquier rincón de Amsterdam no le permitía saber dónde estaba y mucho menos de dónde venía.
Ya en la habitación de aquel lugar tan cutre pero nada económico, pues pasaba de 120 euros la noche, al asomarme por la ventana sentía que recompensaba solo la excelente ubicación. Se perdían de vista los bares y restaurantes atiborrados de turistas, aunque otra desagradable sorpresa arruinaría el momento mágico. Un condón guindaba de la ventana de la habitación, lo que me hacía presumir que el servicio de limpieza no había borrado las expresiones de amor de los huéspedes anteriores.
Entonces, cuando parecía que lo había visto todo saltó el momento más bizarro, el cual no necesita mucha descripción. Lorraine al parecer había quedado impresionada con el miembro de su acompañante y así lo dejó plasmado en las sábanas.
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